Las invasiones bárbaras

En el periodo de decadencia las fronteras del imperio romano se contrajeron. Sus últimos bastiones se concentraron cada vez más en las costas. Bajo la presión de los bárbaros el imperio perdió rápidamente su poder tierra adentro, en el Norte. A comienzos del siglo V la totalidad de Occidente fue invadida. Sus provincias se transformaron en reinos germánicos. El objetivo de los vencedores era el mar: en cuanto llegaron a él se asentaron en sus costas para gozar de su belleza y recursos.

El establecimiento de los germanos en la cuenca del Mediterráneo no supuso un cambio radical en la historia de Europa. Los bárbaros no destruyeron la tradición que impuso Roma. El objetivo de los invasores no era anular el imperio romano, sino instalarse en su infraestructura para disfrutarlo. Si en las fronteras extremas del Imperio algunas ciudades fueron saqueadas, incendiadas y destruidas, la inmensa mayoría de ellas sobrevivió.
El orbis romanus (mundo romano) desapareció como Estado y perdió el carácter ecuménico que lo caracterizó, pero no desapareció como civilización. Sobrevivió en la religión, en la lengua, en las instituciones, en el derecho, hasta en la mayoría de las delimitaciones territoriales. Los germanos no pudieron ni quisieron prescindir de las bases culturales de los romanos.
Así, el Mediterráneo no perdió importancia ni vitalidad tras las invasiones bárbaras. Siguió manteniéndose como el centro mismo de Europa. La destitución del último emperador romano no afectó la importancia del mar como vía de comunicación. Colonizado por los bárbaros, el mundo nuevo conservó en sus líneas generales la fisionomía del mundo antiguo. El imperio oriental de Bizancio, por su parte, no renunció a dominar Occidente a través del mar; y aunque lo intentó sin éxito, conservó durante mucho tiempo su poder sobre África, Sicilia e Italia meridional.