Los libros en la Edad Media
     
     
     

Los libros —una serie de pergaminos escritos y unidos en su costado— se inventaron en el siglo V. Antes de la creación y difusión de la imprenta en Europa (siglo XVI), hacer libros era una tarea lenta, complicada y muy cara. Los escribanos profesionales podían tardar hasta cuatro o cinco meses en copiar un texto de 200 páginas; pero más costoso que este trabajo eran las 25 pieles de borrego necesarias para hacer los pergaminos donde se escribía el libro. Su valor comercial era altísimo, y sólo la gente muy rica podía comprárselos, porque eran objetos de lujo.

Muy pocas personas tenían acceso a los libros y al conocimiento que ellos comunicaban. Generalmente, se encontraban en espacios religiosos, como los monasterios. Allí había monjes especializados en el arte de la escritura que trabajaban en un lugar llamado scriptorium, donde se dedicaban a copiar libros de un altísimo valor cultural. Posteriormente, monjes ilustradores los decoraban con dibujos y pinturas en miniatura, actualmente considerados verdaderas obras de arte medieval.

Los primeros libros
Durante casi toda la Edad Media los libros constituían una propiedad colectiva, generalmente de una comunidad religiosa. Hasta el siglo XIII comenzó a generalizarse el fenómeno de la propiedad individual de un libro, por parte de un personaje religioso importante o de un laico rico.
Los libros cumplían fundamentalmente dos propósitos: para el estudio y como objetos de devoción religiosa, a partir de su lectura y contemplación. En la Edad Media temprana la mayoría de los libros eran usados por sacerdotes y monjes en iglesias y monasterios. Estos libros, sobre todo las Biblias, se consideraban propiedad del santo titular de la iglesia o del monasterio, no de los individuos de la comunidad. Es común encontrar en la primera página de los libros medievales la imagen de un santo, al lado de una representación de la comunidad que ampara.

La mayor necesidad de libros se daba cuando se fundaba un monasterio y tenía que ser provisto de objetos litúrgicos. En estos casos las comunidades religiosas de las que venían el abad y los monjes del nuevo monasterio contribuían con los libros más urgentes para que la nueva comunidad practicara sus ritos religiosos. Asimismo, el trabajo intelectual era una de las obligaciones en la mayoría de los monasterios porque se le consideraba una virtud. Todos los días se concedía a los monjes tiempo libre para el estudio y se ofrecía toda clase de estímulos a los copistas de manuscritos, como no participar de las labores del campo.

Completar un manuscrito implicaba una ardua tarea. Un monje, trabajando solo, tardaría probablemente un año en copiar la Biblia. Varios copistas se quejaron de las molestias de escribir la semana entera durante todo el día: espalda vencida, músculos adoloridos, dedos entumecidos por el frío de invierno. Para el copista, escribir era luchar contra el demonio “con la pluma y el tintero”
La edad dorada de los libros monásticos fue el siglo XII, cuando las bibliotecas de los monasterios eran los principales centros de acopio de libros, entre ellos la Biblia, trabajos de autores antiguos y contemporáneos, tratados académicos y manuales técnicos, reglas monásticas, breviarios, salmos, y otros libros de servicio religioso.
 

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