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Después
de Mahoma
A la muerte de Mahoma el número de seguidores de la nueva religión
había aumentado considerablemente y La Meca había declarado
su alianza a la fe. La Meca se convirtió en el centro espiritual
de la nueva religión y la Caaba permaneció como objeto de
veneración y ritual, pero ahora con un sentido estrictamente monoteísta.
El poder recayó en los miembros del círculo más cercano
a él: los cuatro califas hereditarios (califa significa sucesor).
El último de los califas ortodoxos fue Alí, primo y yerno
del profeta. A su muerte el poder de los califas le fue arrebatado por
un gobernador de Siria. De hecho, la mayor ruptura dentro del mundo islámico
tiene que ver con el problema de la sucesión legítima después
de la muerte de Alí.
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La
fe musulmana
La difusión del islamismo fue rápida y efectiva. Sus años
de mayor expansión fueron del 632 al 1050. Los ejércitos
árabes cohesionados por el fervor religioso, así como
por incentivos políticos y económicos rápidamente
tomaron el poder de los régimenes residentes en Siria e Irak (638),
Irán (641) y Egipto (642). Los ejércitos marcharon hacia
el este, en dirección a Asia central, y hacia el oeste a través
del norte de África; y para el año 732 el mundo islámico
se extendía de España a las fronteras de India y China.
Más tarde lograron otros avances territoriales en África,
Asia central, India y especialmente Turquía con la caída,
en 1453, de lo poco que quedaba del Imperio Bizantino. En el sureste asiático,
a principios del siglo XVI, hubo otra expansión del islamismo.
El
islamismo vinculó, por primera vez en la historia, a pueblos tan
variados y distantes como los españoles, africanos, persas, turcos,
egipcios e hindúes. En el desempeño de esta función
unificadora el Islam transmitió su cultura, que demostró
ser crucial para el desarrollo de la civilización occidental. El
genio del Islam radicó en su capacidad para asimilar elementos
de varias culturas que adoptó, sintetizarlas y luego ensanchar
esa amalgama.
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