Mare nostrum

En muy buena medida, la existencia del imperio romano estuvo supeditada al dominio que ejerció Roma sobre el mar Mediterráneo. Aun en su época de máxima extensión, los límites del imperio apenas sobrepasaron la cuenca del mare nostrum (mar nuestro). Sus fronteras más lejanas, en el Rhin, Danubio, Éufrates y el Sahara formaban un enorme círculo de defensas destinado a proteger los accesos a la cuenca marítima. El Mediterráneo era la garantía de la unidad política y de la unidad económica del imperio romano.

Al finalizar el siglo III el imperio romano comenzó a dar señales de decadencia. La población disminuyó, la explotación fiscal esclavizó cada vez más a sus habitantes. El golpe de muerte fue el decaimiento de Roma como capital política del imperio en el siglo IV. Su lugar estratégico lo ocupó otra capital que era un puerto importante: Constantinopla (hoy Estambul, Turquía). Sin embargo, los síntomas del ocaso romano no parecen haber afectado sensiblemente la navegación en el Mediterráneo. La actividad a través del mar continuó manteniendo en contacto a Oriente con Occidente.
A pesar de la decadencia política de Roma, no desapareció el intercambio entre Oriente y Occidente. Se siguieron comercializando productos manufacturados: tejidos de Constantinopla, de Edessa, de Antioquía, de Alejandría, vinos, aceites y especias de Siria, papiros de Egipto, trigo de Egipto, de África, de España, vinos de la Galia y de Italia. En este intercambio comercial, Oriente aventajaba a Occidente por el nivel mucho más elevado de su vitalidad económica, actividad en la que se destacaban especialmente los sirios. Esta fue la principal razón de la orientalización del imperio bizantino, cuyo vehículo fue el Mediterráneo.