Harry
Truman fue el presidente norteamericano que tomó la decisión
de lanzar la bomba atómica sobre Japón. Tanto Truman como
el aparato militar y gubernamental alegaron que el uso de la bomba atómica
ayudó a salvar miles de vidas, mismas que se hubieran perdido si
la guerra hubiera continuado durante más tiempo. Otro argumento
fue que los alemanes estaban desarrollando una bomba atómica que
hubiera sido usada contra los aliados, si éstos no se hubieran
adelantado a usarla en contra de Japón. También dijeron
que las bombas atacaron exclusivamente blancos militares, dado que Nagasaki
era una ciudad industrial donde había una acerera y una fábrica
de torpedos.
Asímismo, la memoria de Pearl Harbor sirvió de justificación.
El 7 de diciembre de 1941 los japoneses habían tomado por sorpresa
a los estadunidenses, atacando el puerto de Pearl Harbor. Ese día
se hundieron 19 barcos y murieron cerca de 2 mil 400 soldados y marineros.
El 6 y 9 de agosto de 1945, los norteamericanos sorprendieron a los japoneses,
destruyendo las ciudades de Hiroshima y Nagasaki con dos bombas nucleares.
Sin embargo, el saldo de muerte entre los japoneses fue de 240 mil personas,
100 veces el daño causado en Pearl Harbor.
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Los
móviles, por supuesto, fueron políticos. Se buscaba la rendición
total del Japón antes de que la Unión Soviética entrara
de lleno a la guerra en Asia, y el país socialista fortaleciera su
posición sobre esta zona. Estados Unidos sabía que si usaba
la bomba atómica no sólo inicidiría determinantemente
sobre la guerra, con el resultado a su favor; sino que la posesión
de un arma con la capacidad de exterminio de una bomba nuclear lo colocaba
a la cabeza de las naciones del mundo. El uso de la bomba fue una demostración
de poder tan efectiva, que sus efectos disuasivos se han prolongan hasta
nuestros días. |