Viajeros y arqueólogos
Muchos viajeros se aventuraron en la Ruta de la Seda movidos por el aliciente del comercio, la aventura y el conocimiento y, ya en el siglo XIX, por los nuevos descubrimientos arqueológicos.
Durante la Edad Media, monjes y comerciantes europeos viajaron hacia Oriente. Entre estos viajeros, cabe destacar los casos de Giovani da Pian del Carpini, enviado del Papa Inocencio IV, cuyo viaje duró de 1245 a 1247, William of Rubruck, monje franciscano flamenco, enviado de San Luis, que viajó entre 1253 y 1255, y el comerciante Marco Polo, cuyos viajes se extendieron durante más de veinte años, entre 1271 y 1292.
Durante el siglo XIX apareció un nuevo tipo de viajero:
arqueólogos y geógrafos occidentales, exploradores entusiastas en busca de aventuras. Procedentes de Francia, Inglaterra, Alemania y Japón, estos investigadores atravesaron el desierto de Taklamakán en el oeste de China, en lo que es actualmente Xinjiang, para explorar los antiguos sitios a lo largo de la Ruta de la Seda y buscar las huellas de la influencia budista. Esto explica que los museos occidentales (especialmente los ingleses y alemanes) posean muchos frescos y objetos de arte de los antiguos sitios budistas de China, enterrados en la arena y traídos a Occidente, con o sin el permiso de las autoridades chinas, por Sir Aurel Stein (británico, 1862-1943), Paul Pelliot (francés, 1879-1945) y Albert von Le Coq (alemán, 1860-1930), entre otros.